lunes, 25 de enero de 2016

Santas que fueron prostitutas: Santa María Egipciaca (I)


Pretendo en unas nuevas entradas comentar la repercusión en el imaginario popular de estas mujeres que ejercieron la prostitución antes de arrepentirse y alcanzar la santidad. Obviamente, considero necesario referirme a los antecedentes, tanto literarios como iconográficos, que han servido de vehículo para su difusión en pliegos de cordel, teatro popular, estampas o gozos.

Como primera entrega voy a centrar la atención en santa María Egipciaca, cuyo antecedente literario en castellano remonta a un poema anónimo de mediados del siglo XIII (reelaboración de un poema francés del siglo XII) que se conserva en un único códice de finales del siglo XIV en la Biblioteca de San Lorenzo de El Escorial. Dicho manuscrito recoge también el Libro de Apolonio y el Libre dels tres reys d'Orient, de procedencias y tradiciones lingüísticas diferentes.

La leyenda de santa María Egipciaca arranca del relato griego del arzobispo de Jerusalén Sofronio (muerto en el 638), quien la recoge de diversas fuentes. A su vez, en la Leyenda áurea (mediados del siglo XIII) recopilada por el dominico Jacobo de la Vorágine, se nos dice que María Egipciaca vivió en el 270 d. C. en tiempos del emperador Claudio II. La leyenda, en suma, se propagó a través de numerosas traducciones del latín y por las diversas composiciones y adaptaciones de poetas anónimos que recogen y ponen el acento en distintas etapas de su vida.

Vemos, pues, como cada compilador o adaptador de la historia reinterpreta y reestructura el significado de la leyenda reforzando o subrayando más o menos los distintos episodios en los tres ejes fundamentales que la constituyen: pecado-arrepentimiento-salvación.

Esta leyenda carece, obviamente, de fundamento histórico. La conversión de las cortesanas no deja de ser un tópico en el cristianismo primitivo y sus distintas escenas se encuentran, más o menos parecidas, en otras narraciones edificantes, como en la de san Pablo ermitaño (donde encontramos al león sepulturero) o la correspondencia de san Antonio Abad con el personaje de Zósimo o las conocidas confusiones con la vida de María Magdalena. Si su figura legendaria se ha mantenido a lo largo de los siglos no considero que lo sea en exclusiva por su carácter edificante (justificación clerical), sino por el ambiente aventurero y atractivo de una mujer que ejerció su libertad en aquellos tiempos difíciles antes de su decisión de retirarse a una vida contemplativa y de oración.

La leyenda cuenta la historia de una prostituta que, tras arrepentirse de su vida pecaminosa, pasó muchos años en el desierto muriendo en estado de santidad. Se trata de un personaje complejo y que no ha dejado de despertar interés a lo largo de los siglos desde su primera documentación literaria, en griego, en el siglo VII. La fecha de su conmemoración varía: la Iglesia Griega celebra su fiesta el día 1 de abril, mientras que el Martirologio Romano la asigna al día 2 de abril y el Calendario Romano el día 3 de abril.

Se suele dividir las versiones de la leyenda en dos grandes grupos: uno, donde María acapara el protagonismo de la historia (propia de la tradición occidental); y dos, donde se magnifica su encuentro con el monje Zósimo quien la encuentra en una cueva y le ayuda a arrepentirse de su vida anterior convirtiéndose en su director espiritual (tradición oriental).

La historia de la pecadora arrepentida ejerció desde antiguo una clara atracción entre un público masculino, en su mayor parte de ambiente monástico, aunque también gozaría de interés como repertorio de juglares, puesto que la vida de María incluye ingredientes de pasión desenfrenada, aventura, violencia y lujuria, lo que sería acogido con satisfacción. Su afición a los placeres corporales entregándose a sus parientes y luego a cualquier hombre que se lo pida, a lo que se une su belleza, la convierte en una historia tentadora, que fomentaría las delicias imaginativas del público masculino. La descripción de su físico en su versión castellana del siglo XIII (adaptación de la francesa) no dejaría indiferentes a sus lectores u oidores:

                                                 Abié redondas las orejas,
                                                 blanquas como leche d'ovejas;
                                                 ojos negros, e sobrecejas;
                                                 alba fruente, fasta las gernejas.
                                                 La faz tenié colorada,
                                                 como la rosa cuando es granada;
                                                 boqua chica e por mesura
                                                 muy fermosa la catadura.
                                                 Su cuello e su petrina,
                                                 tal como la flor dell espina.
                                                 De sus tetiellas bien es sana
                                                 tales son como magaña.
                                                 Bracos e cuerpo e tod' lo al
                                                 blanco es como cristal.
                                                 En buena forma fue tajada,
                                                 nin era gorda nin muy delgada;
                                                 nin era luenga nin era corta,
                                                 mas de mesura bona (vv. 213-30).


En la leyenda se recoge también el episodio de su viaje en barco a Jerusalén desde el puerto de Alejandría. En dicho viaje ofrece su cuerpo a los marineros para pagar el pasaje y al resto de peregrinos que no pudieron escapar ante el encanto de la joven como fuente de tentación. Aunque no se especifican los motivos de la joven para emprender ese viaje en barco, se sobreentiende que es por puro capricho y por el deseo de nuevas aventuras y no por devoción religiosa de conocer los Santos Lugares.
                                               Primerament los va tentando;
                                               después, los va abracando.
                                               E luego s’ va con ellos echando,
                                               a grant sabor los va besando.
                                               Non abia hi tan ensenyado
                                               siquier mancebo siquier cano,
                                               non hi fue tan casto
                                               que con ella non fi ziesse pecado.
                                               Ninguno non se pudo tener,
                                               tant’ fue cortesa de su mester (v.369-78).










Una vez llegados a Jerusalén, no pudo entrar en la iglesia del Santo Sepulcro debido a una fuerza invisible y al impedírselo unos ángeles al no ser digna por su vida de pecado. Arrodillada ante la imagen de la Virgen, que se hallaba cerca de la entrada del templo, prometió que si conseguía acceder a la iglesia abandonaría su vida de pecado para dedicarse a la oración. Tras el acto de contrición escuchó una voz que le decía que más allá del río Jordán encontraría la paz en el desierto. Arrepentida de su vida anterior y tras bañarse en el Jordán y encaminarse al desierto se encontró con un peregrino al que compró tres panes (símbolo de la eucaristía y recogido en su iconografía) donde vivió cuarenta y siete años con gran austeridad.

Libro de Horas de Enrique IV de Francia
Hans Memling (1435-1494) - Escena de tríptico




















Estatua en el pórtico de la iglesia de Saint Germain l'Auxerrois (París)
Una vez en el desierto la encontró de forma casual el monje Zósimo (ya que al llegar la Cuaresma los monjes solían adentrarse en el desierto para hacer penitencia y retornando a su convento el Domingo de Ramos), quien no supo si era una sombra, una tentación diabólica o una visión causada por su propio temor. Al sentirse llamado por su nombre comprendió que se hallaba en presencia de algo sobrenatural y María, al encontrarse sin ropas, le pidió que cubriera su desnudez con su manto.

Fresco conservado en la Basílica de Asís
Miniatura de un Libro de Horas anónimo del siglo XV
El monje quiso quedarse a vivir con María, pero esta lo rechazó y le conminó a regresar al convento. Pasado un año del primer encuentro volvieron de nuevo a encontrarse y Zósimo le administra la comunión (escena recogida ampliamente en la iconografía) y María le anticipa que en su tercer y último encuentro la hallará muerta, como así sucedió un día de Viernes Santo. Zósimo procedió entonces a enterrarla con la ayuda de un sorprendente pacífico león que excavó la tierra de la sepultura con sus garras.







































Estos últimos episodios, junto con otras manifestaciones populares: como su pervivencia en el teatro del Siglo de Oro y en los pliegos de cordel, los comentaré en una posterior entrada.

Antonio Lorenzo


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